México es un país mágico y surrealista que se camina rápido con los ojos, pero lento con la vista. Un país lleno de contradicciones cargadas de verdad y sabores fantásticos e inimaginables. Si vienes a buscar, encontrarás; si vienes a perderte, también te encontrarás y si vienes con el corazón abierto; descubrirás nuevos deleites que tu paladar confiará a tu corazón y convertirá en una golondrina, para siempre volver.
Si quieres empezar a sentir México, adéntrate a una bella lectura llamada: "Como agua para chocolate" de Laura Esquivel. Justo ayer la redescubrí y, nuevamente, me entretuvo para, al final, caminar en la dirección correcta.
Un libro imprescindible, para sentir y dejarse llevar en una grata mañana de cualquier día. Enseguida, comprar el billete de la aventura a Oaxaca y preguntar por un mercado porque cualquiera de ellos, te ofrecerá los ingredientes adecuados para igualar la magia de los platillos de Chencha y de Tita.
Aquí les dejo una prueba...
“Como ve, todos tenemos en nuestro interior los elementos
necesarios para producir fósforo. Es más, déjeme decirle algo que a nadie le he
confiado. Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía, que si bien todos
nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender
solos, necesitamos, como en el experimento, oxígeno y la ayuda de una vela.
Sólo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento
de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música,
caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de
los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa
emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá
desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva
explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus
detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse
uno de ellos es lo que nutre la energía al alma. En otras palabras, esta
combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios
detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un
sólo fósforo.
Si eso llega a pasar el alma huye de
nuestro cuerpo, camina errante por las tinieblas más profundas tratando
vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo
que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podría dárselo".