En 1989, la imaginación y el ingenio de don Jorge Velasco combinadas con el carisma y la inteligencia de su esposa doña Guille convirtieron dos típicas casas de antigua vecindad en un hotel único. Quisieron para sus huéspedes la caricia suave de los pétalos de las flores como saludo matutino, la autenticidad marcada en el recuerdo de quienes vivieron allí antes y la hospitalidad de un personal con años de experiencia. Sentirse en casa lejos de casa, en un refugio familiar de pequeñas cabañas que miran a patios donde no hay color que falte ni luz que no quiera iluminar incluso de noche. Un hogar al que se desea regresar siempre, cual golondrinas viajeras.

Desde hace treinta años, construyendo un hogar al que volver

Los fundadores

Antes era frecuente ver golondrinas volar en el cielo azul de Oaxaca. De niño recuerdo que cayendo la noche y, caminado por las últimas calles de Morelos, descubrí pegados al alero de madera de una casa, varios pequeños promontorios que me parecieron de barro y que se me dijo eran nidos de golondrinas. Las golondrinas son pájaros migrantes audaces de vuelo largo. Se ven bonitas con sus largas alas curvadas y su cola ahorquillada. Su nombre es musical ¿te has fijado?: golon-driii-na, suena bien. Por eso cuando escogimos el nombre para este hotel pensamos en ellas, pues además simbolizan nuestro propósito: que nuestros huéspedes vuelvan por el amable trato y buen servicio que les ofrecemos y… así es, vuelven. 

Cuando a fines de 1987 regresamos del DF, visitamos nuestra propiedad donde ahora se encuentra el Hotel Las Golondrinas. Me acuerdo que era un medio día muy soleado, cuando al entrar a la casa, lo hicimos acompañados de algunos niños pequeños que jugando regresaban de la escuela.

Desde el zaguán la casa se adivinaba lo que era: una casa de vecindad, es decir, un lugar donde vivían muchas familias acompañadas de pericos y pájaros, estos últimos escogidos por sus hermosos trinos o colores. La actividad en la casa se adivinaba por el ruido que venía de las cocinas o de los pequeños talleres donde se hacía o reparaba algo, pues en la casa había joyeros, zapateros, carpinteros, comerciantes y gentes con ocupaciones varias. En el patio, las mujeres lavaban la ropa de uso diario, que después secaban colgándola de los tendederos de mecate (ixtle) que cruzaban en todas direcciones, pero con orden. La ropa lucía blanquísima pues toda ella se asoleaba lo suficiente bajo el quemante sol, a tal punto, que después, para que no lastimar los ojos de los transeúntes que caminaban por la calle, se tenía la costumbre de ponerle a la ropa, en el último enjuague, una pisca del polvo aquél que llamaban “azul”.

La casa es amplia y por el desnivel del terreno -pues está en las estribaciones del Cerro del Fortín-, se definen tres patios; el primero da a la calle de Tinoco y Palacios, el tercero, con puerta hacia la calle de Allende. La zona del patio de Allende era más tranquila y allí vivía la encargada de la administración de la casa: Doña Petra. Ella era una mujer como de 60 años de facciones enérgicas y con una cabellera blanquísima, muy bonita, que a veces se trenzaba. Doña Petra era una buena administradora pues desde muy temprano y aunque lloviera, apretara el sol, o hiciera frío, recorría la casa imponiendo orden con su presencia. Uno de los momentos de mayor ajetreo eran las mañanas, cuando muy temprano los habitantes de aquella vecindad se dirigían a los sanitarios donde los vecinos -frecuentemente impacientes- esperaban su turno, haciendo la debida cola de espera. La vida en esta casa era muy solidaria y de una relación de convivencia cordial, pues todos los vecinos se ayudaban, cuidaban y platicaban frecuentemente.

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Carmen

Gerente e hija de los fundadores, se esfuerza cada día en mantener la filosofía del hotel y el espíritu familiar que lo caracterizan.

Paty

Meticulosa, alegre y con la experiencia necesarias para que confíen sin dudarlo su viaje y aventuras.

Susan

La jovialidad de la mano de la eficiencia, cuidando con esmero las reservaciones y preparando su bienvenida.

Rosi

Golondrina eterna, regenta las cocinas con la pasión, la dedicación y la diligencia necesarias para asegurar los platillos más deliciosos.

Severiano

Sus manos expertas atenderán cualquier contingencia de mantenimiento para que su alegría no tenga fisura alguna.

Cada huésped de nuestro hotel cuenta con una historia personal, particular, viva. Y nosotros estamos encantados de formar parte de esa historia y de que regresen para contárnosla, como las golondrinas. Aquí encontrarás algunos relatos de nuestros visitantes y amigos.

Crónica de Relatamundos

Viajar. Viajar es regresar a la esencia, reza un proverbio tibetano. Probablemente la interpretación correcta versa más en lo espiritual, pero a mí, ahora que acabo de regresar de Oaxaca, México, esas seis palabras me hacen pensar en literal. Porque uno cree que conoce un lugar solo por haber estado allí, cuando lo cierto es que hace falta algo más; hay que saber llegar y, a su vez, el lugar tiene que permitirte avanzar. Como dijo la poetisa Anne Hébert, el trayecto se convierte en el motivo y en el sentido último del viaje. Únicamente así es posible alcanzar la esencia, el espíritu del sitio en el que se ha estado; solo profundizando en el camino se llega, se viaja, se conoce verdaderamente un lugar. Viajar es, por tanto, descubrir esos rincones escondidos cargados de verdad, esos lugares en los que pervive la esencia, sea cual sea su localización en el mundo.

En definitiva, uno puede creer que conoce México solo por haber estado en un lujoso resort de Playa del Carmen dos semanas, en plenas festividades del Día de Muertos, desayunando chilaquiles junto a un altar abarrotado de flores de cempasúchil. Pero un día se le da la oportunidad de regresar, y el viaje lleva sus pasos a Oaxaca, a un hotelito de fachada azul construido en una típica casa de vecindad. A un lugar lleno de verdad, de esencia. Y entonces sí, solo entonces uno disfruta de la certeza de haber llegado a México.

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La primera vez que supe del hotel Las Golondrinas fue a través de su actual gerente, la antropóloga Carmen Velasco Hernández. “Tu casa”, recuerdo que me dijo en alusión al establecimiento, con esa calidez y esa impecable corrección tan mexicanas. El nombre del hotel, según supe después, también se escogió con la intención de reforzar esa idea, porque las costumbres migratorias de las golondrinas pasan por establecer un lugar fijo al que regresar. Estas aves de vuelo alegre y canto inquieto no anidan en lugares, sino en hogares… del mismo modo que en el hotel de la familia Velasco Hernández no hay clientes; hay huéspedes a quienes hacer sentir en casa. Por otro lado, los propietarios, don Jorge y doña Guillermina, cuentan que fue el brillo fonético de la palabra golondrina, la musicalidad de su pronunciación, lo que los convenció para terminar de decidirse por el nombre. Cuando se está allí, es fácil comprender que parte del espíritu del hotel tiene que ver con la música, con la armonía, con una mezcla equilibrada entre los sonidos alegres de los pájaros, el viento y el agua en los tres magníficos patios ajardinados de la propiedad, y el confortable silencio que aporta la calma, la relajación de sentirse atendido y cuidado, en familia, en medio de un oasis de color, calidez y carácter tradicional oaxaqueño. La melodía con que uno recuerda Las Golondrinas suena a marimba, a salterio, a alegres acordes de guitarra, instrumentos que perfectamente podrían traducir el canto de esas aves, en su versión más mexicana.

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En definitiva, uno puede creer que conoce México solo por haber estado en un lujoso resort de Playa del Carmen dos semanas, en plenas festividades del Día de Muertos, desayunando chilaquiles junto a un altar abarrotado de flores de cempasúchil. Pero un día se le da la oportunidad de regresar, y el viaje lleva sus pasos a Oaxaca, a un hotelito de fachada azul construido en una típica casa de vecindad. A un lugar lleno de verdad, de esencia. Y entonces sí, solo entonces uno disfruta de la certeza de haber llegado a México.

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Crónica de Travel & News

Las Golondrinas en Oaxaca te espera para cuando decidas viajar

Se llama Las Golondrinas, está en Oaxaca y "es un lugar donde debes dejar volar los sentidos y anidar la sensibilidad. Un paraíso en donde el tiempo se detiene para gozar de una estancia inolvidable. Oasis construido sobre una típica casa oaxaqueña con patios ajardinados. Está convertido en lugar que brinda la oportunidad de imaginar que eres golondrina y volver siempre que lo desees. Además, brinda espectáculo de ensueño y armonía", asegura Carmen Velasco.